Me miró directo a los ojos y simplemente no pude más,
lloré en sus brazos.
Queriendo que todo esto tuviera un significado
diferente.
Le puse excusas que él podía considerar como
válidas.
Fecha justa de coincidencia en mis desastres
amorosos.
Parecía que solo se sumaban sin parar.
Me abrazó con ternura y yo solo me aferre a él, no
queriendo que me soltara nunca.
Me sorprendía la forma en la que los dos encajábamos
perfectamente;
Mi cabeza en su hombro y sus brazos en mi cintura.
Las lágrimas cayeron sobre él, empapando su playera. No
pareció importarle en lo absoluto, solo intentaba hacerme sentir mejor. Dejó
que sollozara por unos momentos.
Echo su cabeza hacia atrás, para que nuestras miradas se
cruzaran y me encontré con la sorpresa de un espacio estrecho entre nosotros.
Si me acercaba un centímetro más…
Supe enseguida que el momento no era el adecuado y que un
paso en falso en esas condiciones podría arruinar todo.
No podía arriesgarlo, no ahora.
Deseé que con solo ver mis ojos entendiera todo lo que
pasaba por mi cabeza y sentía mi corazón.
Intente expresarlo a través de ellos pero parecía no
poder leer nada. Supliqué con la mirada que comprendiera cada cosa no
pronunciada y que tal vez jamás llegaría a escuchar, me pareció inútil.
Todo esto sucedió en pocos segundos, los cuales mi mente
alargo de modo que transcurriera para mí una eternidad.
— No llores, no lo hagas nunca por un hombre. Dijo
mientras secaba mis lágrimas.
Me abrazo de nuevo, pero no con el mismo sentimiento.
Ahora era una despedida.
Se separó de mí se alejó.
Vi como desaparecía entre la multitud, sabía con
exactitud a donde y con quién iba.
La tranquilidad que me había dado se la había llevado con
él. No importaba cuanto lo quisiera, quería a alguien más de lo que a mí o de
lo que yo a él.
Quería que fuera conmigo con quien iba, por quien dejaba
a todos para estar junto a mí.