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un pequeño cuento...

Les voy a contar una historia sobre una niña que habitaba en algún lugar y se llamaba de alguna forma… Vivía en un palacio hermoso, con ventanas enormes en cada una de las recámaras que dejaban apreciar el enorme jardín con un pasto tan verde como si el otoño jamás pasara por ahí. Sin olvidar las tantas puertas y la grandísima entrada principal con finos cristales coloridos que denotaba felicidad a kilómetros de distancia.
Al amanecer los rayos del sol se colaban por su ventana levantándola con una sonrisa que permanecía intacta hasta salir al balcón y sentir como el viento hacia revolotear su cabello.

Todo parecía estar bien, hasta que una mañana notó que a su jardín le hacía falta algo que el resto que podía ver a lo lejos desde su balcón tenían; colores, colores que transformaban un simple espacio en algo mágico. Recorrió lentamente con su mirada el pasto, nunca antes había visto ese lugar tan vacío… Y sin pensarlo dos veces salió a prisa decidida a buscar remedio a eso que un día le había sido perfecto.
Caminó llena de entusiasmo por varios minutos, hasta llegar a una tienda con un vistoso letrero. Las empleadas del lugar le sonrieron amablemente mientras ella movía la cabeza de un lado a otro sin saber a qué lugar del local dirigirse.
Después de haber observado una innumerable cantidad de adornos, flores y árboles cuyos nombres eran difíciles de recordar, se aproximó a una pequeña caja con semillas que se encontraba encima de un estante justo al lado de un instrumental que más bien parecía de tortura, con un letrero de “No tocar”.

La caja atrajo tanto su atención que decidió comprarla sin titubeos ni preguntas, aún después de no haber encontrado instrucciones o recomendaciones como en el resto de los empaques. Jamás había esperado con tantas ansias un nuevo día, después de llegar al palacio, colocó la caja en una mesa al lado derecho de su cama y luego de dar unas cuantas vueltas, el cansancio logró hacerla dormir.

A la mañana siguiente después de saludar como era costumbre al sol, miró con especial atención su jardín, buscando desde lo alto de su alcoba el sitio adecuado para sembrar las semillas que con tanta emoción había elegido. Bajó las escaleras a paso rápido sosteniendo la pequeña caja gris en su mano izquierda. Esa caja que para muchos pasó desapercibida y que ahora ella había llenado de ilusión.
Se sentó con delicadeza en el pasto colocando sus piernas hacia atrás, dejando caer la delgada tela color perla de su vestido, cubriéndole las rodillas. Ya no tenía duda, justo en medio del lugar sería perfecto y mientras tarareaba una canción empezó a sembrar.
Desde entonces se prometió regar con esperanza y paciencia las semillas que ese día había guardado bajo la tierra.

Vio pasar el sol y la luna pocas veces, hasta caer en cuenta que rodeada de un verde brillante, su planta crecía con más rapidez de lo que había pensado. Era más hermosa y diferente a cualquiera que hubiera visto antes desde lo alto de su balcón. Sus ramas parecían no tener dirección, llenas de flores de distintos colores acomodadas de tal manera que hacían una combinación digna de hipnotizar.

Estaba tan contenta, que no prestó atención al descubrir que en su jardín ya no quedaba espacio para nada más; pues ante sus ojos era el más perfecto y maravilloso de todos y lo regaba de amor sin importar el pasar del tiempo, como la primera vez. Fue una mañana al abrir los ojos cuando notó que los rayos del sol que le acariciaban el rostro en cada amanecer no le habían dado los buenos días y apenas un haz de luz lograba asomarse por una rendija de la ventana. Movió cuidadosamente hacia un lado las coloridas hojas, pensando inocentemente que había encontrado la solución al problema.
No tardó en llenarse de preocupación al ver que con los días el palacio empezaba a oscurecerse. Las paredes y el resto de las ventanas se cubrían de un sinfín de ramas que al poco tiempo la cerrarían por completo, sin mencionar los cristales de la entrada que con esfuerzo se veían si prestabas atención muy de cerca.

El vivir así la aterraba, pero la idea de terminar con aquello a lo que le había dedicado tanto esfuerzo la empapaba de tristeza. Pasó los días disfrazados de noche y las noches más largas de su vida repasando en su mente consejos que le resultaban absurdos y dolorosos.
Fue una tarde cuando todo pintó irremediable al ver que las flores que la maravillaban habían bloqueado las puertas como si fuesen ladrillos.
Sosteniendo con ambas manos unas pesadas tijeras de jardín y con lágrimas en los ojos se dispuso a hacer lo que tanto tiempo había evitado.

Comenzó a cortar lentamente, como si el caer de las hojas le lastimara el corazón y siguió sin descansar hasta vaciar por completo el jardín. Con la cara aún llena de lágrimas y un nudo en la garganta después de varios intentos por dejar de llorar, una mueca de alivio se dibujó en sus labios al imaginar sólo un momento de nuevo el palacio lleno de vida. El lugar que llenó de ilusión ahora solo eran vestigios, justo en medio el pasto vestía un color distinto a la felicidad.

Cualquiera en su lugar lo habría cubierto con árboles o adornos para simular normalidad y tirar los recuerdos, ella por el contrario, decidió dejarlo a vista de cualquiera que quisiera admirar su jardín. La llenaba de orgullo el saber que llenó de esperanza y regó de amor una semilla que se convirtió en una planta hermosa que creció de más y tuvo que cortar, pero nunca olvidó que gracias a ella aprendió a sembrar.

A veces amamos tanto que nos aferramos y olvidamos que lo que queremos no siempre es lo mejor para nosotros.

No creo que sea necesario decirles quién es la niña de la historia, pero si les interesa su jardín ahora luce muy bien.

¿Y el tuyo, qué tal va?

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