A mis cortos (ponga edad aquí) he tenido tres amores:
El primero fue complicadísimo, de esos amores que están destinados al fracaso pero el fracaso aparece cuatro años después tras una serie de infortunios que te enseñan que es mejor rendirse a tiempo. Viví de todo en esa relación, muchas primeras veces y otros tantos “no lo vuelvo a hacer” que evidentemente no fueron cumplidos; pero ¡ah! qué bonito es el primer amor. Todo se presenta tan nuevo y tan intenso que te sientes en las nubes hasta que llega la caída y el madrazo duele tanto que preferirías la muerte antes que la terrible desdicha de sufrir tal agonía, luego aprendes que de amor no se muere y continuas con tu vida.
El segundo fue muy divertido, él extranjero y yo en mi país, él sumamente hermoso y yo en mi país, él un desmadre… y yo también. Ese amor fue más dinámico que romántico y por supuesto nada tormentoso. Un amor de esos frescos que llegan en el momento adecuado y se van sin que lo notes. Amores/amistades que todos deberíamos tener en algún momento.
Y el tercero… el tercero es el que ahora vivo. El tercero es el que ahora me consume porque por fin “lo encontré” y él no se ha encontrado ni a sí mismo.
Recuerdo cuando estaba enfrascada en el primero y pensaba que me iba a casar, tener hijos, vivir por siempre feliz… y nada.
Este tercer amor me ha enseñado que pensar a futuro es como sentirte satisfecho cuando aún no has comido, como pensarte ebrio sin haber bebido, como planear tu funeral en vida o intentar volar sin alas. Este amor es hasta ahora el más real, el más tangible y el más lejano. El que me hace sentir segura, libre, llena de todo y sin embargo me mantiene en una completa incertidumbre, pues es un amor que de la cama nunca va a pasar. Doloroso, pero real.
Y así se va la vida, comenzando por amores de “para siempre” que duran poco, hasta llegar a los amores sin futuro que marcan vidas, pasando por los efímeros y a mí no me queda más que seguir amando y agradecer que aún no he perdido la capacidad de decir “chingue su madre, ¿por qué no?.
El primero fue complicadísimo, de esos amores que están destinados al fracaso pero el fracaso aparece cuatro años después tras una serie de infortunios que te enseñan que es mejor rendirse a tiempo. Viví de todo en esa relación, muchas primeras veces y otros tantos “no lo vuelvo a hacer” que evidentemente no fueron cumplidos; pero ¡ah! qué bonito es el primer amor. Todo se presenta tan nuevo y tan intenso que te sientes en las nubes hasta que llega la caída y el madrazo duele tanto que preferirías la muerte antes que la terrible desdicha de sufrir tal agonía, luego aprendes que de amor no se muere y continuas con tu vida.
El segundo fue muy divertido, él extranjero y yo en mi país, él sumamente hermoso y yo en mi país, él un desmadre… y yo también. Ese amor fue más dinámico que romántico y por supuesto nada tormentoso. Un amor de esos frescos que llegan en el momento adecuado y se van sin que lo notes. Amores/amistades que todos deberíamos tener en algún momento.
Y el tercero… el tercero es el que ahora vivo. El tercero es el que ahora me consume porque por fin “lo encontré” y él no se ha encontrado ni a sí mismo.
Recuerdo cuando estaba enfrascada en el primero y pensaba que me iba a casar, tener hijos, vivir por siempre feliz… y nada.
Este tercer amor me ha enseñado que pensar a futuro es como sentirte satisfecho cuando aún no has comido, como pensarte ebrio sin haber bebido, como planear tu funeral en vida o intentar volar sin alas. Este amor es hasta ahora el más real, el más tangible y el más lejano. El que me hace sentir segura, libre, llena de todo y sin embargo me mantiene en una completa incertidumbre, pues es un amor que de la cama nunca va a pasar. Doloroso, pero real.
Y así se va la vida, comenzando por amores de “para siempre” que duran poco, hasta llegar a los amores sin futuro que marcan vidas, pasando por los efímeros y a mí no me queda más que seguir amando y agradecer que aún no he perdido la capacidad de decir “chingue su madre, ¿por qué no?.
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