Estoy harta de fingir una sonrisa, me oculto en el enojo para no mostrar la tristeza que se esconde detrás de unas cuantas capas de rimel.
Enciendo la música a todo volumen para que se apague el grito que llevo dentro, el ruido, el constante reclamo cortante que no me deja pensar claro.
Me exijo seguir caminando por más que duela el paso. “Deprimirse es para idiotas, tú eres feliz, no hagas caso”; y entonces el vacío se llena de conatos de alegrías que no logro concretar.
Y muero; muero un poco en vida, porque nunca he sabido no sonreír, porque me da miedo sentirme frágil, darme permiso de romperme de vez en cuando.
¿Qué tengo? No lo sé. ¿Qué no tengo? Esa es la pregunta.
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