Son las 3:30 a.m, se supone que debería estar durmiendo pero un recuerdo pasó corriendo cerquita a mi habitación y me dieron unas ganas inmensas de levantarme e ir detrás de él, que si hablamos a ciencia cierta, era el. Actué en contra de mis miedos y seguí sus pasos en la noche que era más madrugada. Noté que era tímido y que tenía las manos un poquito frías, no porque las haya sentido sólo pude percibirlo. Aunque cuánto me hubiese gustado tocarlas.
Me acerqué despacito y le pasé mi taza de té, no tomó ni un sorbo, supongo que no le gustan las bebidas tan calientes como a mí; sólo la puso a su lado izquierdo y me indicó que podía sentarme, no tan a su lado, pero al menos ya me quería ahí.
Me miraba como quien tiene mucho por decir, pero no necesita de palabras para comunicarse.
Yo intenté comprenderlo y al mismo tiempo seguir su juego, estuvimos así casi que por una pequeña eternidad, hablándonos en silencio.
No sé qué tenían sus manos, lo juro; pero lucían como el lugar más seguro del mundo, no me importaba cuánto frío hiciera, ni qué tan lastimadas estuvieran, yo quería quedarme en ellas, en el. No me pareció esencial decírselo aunque lo consideré varias veces. Supongo que de tanto que le miré las manos, el sin mi ayuda lo entendió.
Mientras estábamos ahí, no pude evitar relacionarla con alguien que conozco, alguien que amé, que amo y que no olvido porque con ese alguien hay espacio para todo, menos para eso. Alguien a quien dejé ir un día y regresó y se quedó conmigo aunque ya no esté todo el tiempo aquí, como quisiera. Intenté decírselo esta vez y estaba segura de hacerlo, decírselo no con miradas sino con palabras, quise hacerle saber que creía conocerlo de antes y que me gustaría que me visitara todas las noches, para poder recordar, para volver a sonreír.
Pero el se me adelantó, me tomó de la mano y con un movimiento casi brusco, me llevó a la cama, me abrigó los pies (No sé quién le habrá dicho que no me abrigo completa y que tengo un ritual de besitos en la frente) hizo todo como si pasara días enteros vigilándome, no dejando pasar desapercibidos mis detalles que son más errores que cualquier otra cosa. Me dio los dos besitos en la frente, dos en la nariz y dos en la boca. El ritual acabó cuando dio dos saltos y volvió a mi cabeza. Sólo así me di cuenta que era el, el que nunca he dejado de amar, esta noche entre tantas distracciones se me escapaba que desde que lo conocí uso su recuerdo como ovejitas para poder dormir.