Aún no sé si el error del ser humano es callar, o hablar de más.
Lo que sí sé, es que yo hice las dos cosas contigo y de todos modos falló.
Lo cierto es que nunca te conté que la primera vez que te vi, pensé que me ibas a desordenar la vida tanto como se veía tu cabello o como el lío de palabras que decías.
Me adelanté a pensar en las cosas de tu vida que me dejarías ordenar y otras tanta para jugar, en tu desastre que quería en mis días de museo.
No lo dije y terminamos siendo el descuidado desordenado y desobligado, la perfeccionista, obsesiva y obstinada.
Te conté cada cosa que se venía a mi cabeza antes de dormir, cada pequeño detalle del día, las cosas que habían pasado cuando no estabas ahí para verlas por ti mismo, hablaba tanto que a veces hasta te quedabas dormido.
Te explicaba la razón para cada cosa que pensaba que era retorcida en mi vida, como si así me librara que pensaras que era aún más complicada.
Por tu parte jamás me dijiste que amabas las cosas sencillas, como caminar los sábados en la mañana o que ocultabas tus miedos con tus grandezas, aunque yo siempre supe que eras increíblemente grande; mucho más de lo que todos siempre han crecido que eres, pero en realidad también yo me había enamorado de todos tus pequeños detalles.
Y también vivías diciéndome las cosas que planeabas hacer, todos los lugares en los que un día habías decidido que debían estar tus pies y una serie de pasos que hacían el camino largo hacia otro y otro nuevo destino tuyo, pero no me dijiste que pensabas viajar solo, absolutamente solo; en resumidas cuentas: sin que yo estuviera ahí.
Un día solo te dije que algo entre nosotros me causaba miedo, me guardé en secreto que era que alguno se marchara.
Y de todos modos todo se terminó.
Comentarios
Publicar un comentario