Hace mucho me di cuenta que las cosas pasan cuando tienen que pasar, no antes no después.
Que dar todo de ti, no significa que te darán todo, nadie está obligado a nada, dicen; que el infierno está repleto de buenas intenciones.
En su momento alguien me enseñó que los momentos son cortos y qué hay que disfrutarlos y guardarlos en el alma bajo llave, y que las lágrimas no las merece quien las provoca, que el amor no se puede forzar y llega cuando aprendes a amarte a ti mismo.
Aprendí que existen amigos que son familia y familiares que son sólo desconocidos. Que nunca sabes quién te puede dar la espalda, pero lamentablemente siempre te la da quien menos esperas, y que un desconocido a veces es más leal que aquel que llevas años de conocerlo y te dice que lo es.
Una pareja me demostró que la relación se basa más en el respeto y la confianza y no en creer tener la razón o llamar al otro de tu propiedad, y no todos los hogares son felices.
Los pocos años que tengo me gritaron en la cara que más vale luchar por las cosas a esperar que lleguen por arte de magia.
Vi que no todos contamos con las mismas oportunidades y que existen momentos en la vida que no se deben dejar escapar por miedo o por pena, que los padres no llevan la verdad en la boca, que la infancia es una etapa para reír y llorar por cosas que nos enseñan a caminar y se fuertes.
Mi abuelo me dijo, más vale ser honesto, que vivir escondidos detrás de una mentira, y si juzgas los pasos ajenos, te prepares para ser juzgado igual, pero sobre todo vive siéndote fiel a ti
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